Historia
1933. La Copa Davis desembarca en el BALTC
1933. El Buenos Aires Lawn Tennis recibe a la Zona Sudamericana
Regresó la acción en 1933, donde en las semifinales de la Zona Sudamericana Perú dio walkover y nuestro país pasó directamente a la final, en la que derrotó por 4-0 a Chile -que venía de vencer a Uruguay- en el Buenos Aires Lawn Tennis Club.
Fue la primera vez que la Copa Davis se disputó en esa institución, comenzando un extenso período de casi 80 años como sede al actuar de local, sólo alterado por circunstancias excepcionales hasta que la Asociación Argentina de Tenis optó, en 2006, por otro predio semifijo, en Parque Roca.
Se desarrolló en cuatro días, entre el 7 y el 10 de abril, ya que la primera jornada debió suspenderse por lluvia. El equipo nacional lo formaron Adriano Zappa, Héctor Cattaruzza, Guillermo Robson y Lucilo del Castillo, con el primero como capitán. El quinto punto comenzó pasadas las 17 y, cuando Cattaruzza estaba 6-1, 2-6 y 6-6 en el tercero, se canceló por falta de luz. Representó el segundo enfrentamiento con los chilenos.
Ya en la Final Interzonas, nuevamente en el Chevy Chase LTC de Washington como en 1931, en canchas de polvo de ladrillo, los Estados Unidos fueron un problema sin solución. Entre el 25 y el 27 de mayo de 1933 grandes figuras como Ellsworth Vines, Wilmer Allison, George Lott y John van Ryn apenas cedieron un set contra los argentinos, el tercero del doble. En el quinto parcial Adriano Zappa (que actuó como capitán) y Allison debieron cancelar el encuentro por falta de luz cuando el estadounidense ganaba dos sets a cero e igualaban 2-2 en el tercero, bajo un calor intolerable. También formaron Héctor Cattaruzza y Adelmar Echeverría, quien reemplazó a Robson, originalmente designado pero no pudo viajar. Curiosamente, los tres integrantes eran odontólogos.
En la revista “Lawn Tennis Ilustrado”, donde escribía habitualmente, Zappa relató detalles de la segunda experiencia contra los estadounidenses: “No escatimamos sacrificios en nuestra preparación ni esfuerzos en los partidos para dar la sensación del progreso conquistado por el lawn tennis argentino, cosa que creo sinceramente conseguimos, pues dirigentes, aficionados y críticos deportivos elogiaron nuestros desempeño. La mejor actuación correspondió indudablemente a Cattaruzza contra Vines, como lo prueba la conquista del tercer set. Vines había obtenido una ventaja que le dio la plena seguridad de poder definir la lucha en cuanto quisiera y descuidó un tanto su pujanza. Pero reaccionó muy rápidamente al vislumbrar en Cattaruzza un adversario peligroso y durante los últimos games apeló a todos sus recursos para adjudicarse el set, cosa que no consiguió pues nuestro compañero jugó entonces como jamás podía haberse imaginado. Bastará decir en su elogio que en ese tramo luchó de igual a igual con la primera figura del mundo. Con respecto a los jugadores estadounidenses diré que Vines es el que más se acerca a la capacidad técnica de William T. Tilden. Y éstos junto al francés Henri Cochet son, a mi entender, los tres más grandes jugadores de tennis. Allison, que jugó los singles, no da una sensación de tan grande capacidad, pero es un perro de presa; juega desde el comienzo hasta el fin con ahínco ejemplar y da la impresión de querer conseguir siempre scores holgados. La pareja de dobles, Lott y van Ryn, es con justicia reconocida como una de las más fuertes del mundo. Ambos poseen saques veloces, fuertes, bien colocados, como igual devolución de servicios. Pero en la volea baja no son tan activos como pudiera creerse”, aseguró.
Un largo camino a Washington
Otra pintoresca descripción de las peripecias vividas por los jugadores argentinos en el exterior la dio Héctor Cattaruzza, en una crónica escrita para la revista El Gráfico en 1933 que tituló “Nuestra reciente cruzada”. Contó allí detalles de la serie contra los Estados Unidos, país al que llegaron luego de 21 días de travesía por el Océano Atlántico:
“Después de cierta incertidumbre acerca del envío de un equipo argentino a disputarle a los estadounidenses la final interzonas, la Asociación, en una corazonada a las que nos tiene ya acostumbrados, resolvió largar hacia EEUU, a defender nuestra chance, a Zappa y al que escribe, veteranos representantes internacionales, y a Echeverría, que culminaba así su sobresaliente actuación de 1932 y lo iniciaba en canchas extranjeras. Nosotros fuimos los primeros en comprender cuán grande era nuestra responsabilidad, pues sabíamos perfectamente que la AALT realizaba un esfuerzo monetario para enviar el equipo; y sabíamos también que no representábamos el real poderío de nuestro tennis (tal vez pasen muchos años antes que la Argentina tenga otros defensores de la talla de Robson y Boyd). Por otra parte, éramos nuestros guardianes y consejeros, puesto que íbamos sin delegado”.
“Debido a sus ocupaciones, Zappa partiría por avión el 4 de mayo para llegar a Washington el 13 del mismo mes, un día después de arribar Echeverría y yo. Nosotros partimos en el barco Southern Cross el 22 de abril, con la despedida cariñosa de parientes y amigos. La vida a bordo fue sobria, tranquila y de trabajo. Los pasajeros, que serían unos 20, rara vez se encontraban por las dependencias del navío. Por la mañana, después del desayuno, hacíamos una hora de gimnasia y nos bañábamos en el tanque. Por la tarde, unas carreras, nuevamente gimnasia y zambullidas. Luego la cena, media hora de caminata por cubierta y a dormir. En Santos, Brasil, nos esperaba el señor Waldemar de Ferreira, presidente del Tennis Club de Santos, quien nos atendió deferentemente y nos concertó una práctica con los destacados jugadores paulistas Nino Moraes Barros y Simoni. En Río de Janeiro nos vino a saludar a bordo un repórter en nombre del diario A Noite. Fuimos al Club Fluminense, donde jugamos con los viejos amigos Carlos Palhares y Fernando Paulino, con quienes dimos un paseo por la ciudad y por Copacabana”.
“Después de nueve días llegamos a Trinidad. Desembarcamos para visitar la ciudad. En un bodegón, al que entramos a tomar un refresco, tuvimos que hacernos pasar por boxeadores para asegurarnos la integridad física… En cuatro días más tocamos Bermudas y luego de 48 horas saludábamos a la famosa estatua de la Libertad. Estábamos en Nueva York. Nos vino a recibir al puerto el señor Moss, de la Asociación Americana de Tennis, quien nos dio la bienvenida en nombre de dicha institución. Además, nos facilitó todos los trámites para salir de ese infierno que es la aduana de Nueva York, y nos dejó instalados en el tren que nos llevaría a Washington. El viaje en tren fue agradable; la campiña de Norte América es un extenso paisaje: campos bien cultivados, grandes arboledas, puentes magníficos y largos, ríos, montañas… A las cuatro horas de viaje y habiendo pasado por Filadelfia y Baltimore, llegamos a destino. En la estación nos esperaba el doctor Rowe, director general de la Unión Panamericana, y el señor Vivot, secretario de la embajada argentina. Rowe nos llevó en su coche y después de mostrarnos esa magnífica ciudad con sus innumerables palacios, amplias avenidas y encantadores parques, nos dejó en el Chevy Chase Club, donde nos alojamos”.
“Al segundo día, es decir, el 14 de mayo, fuimos al aeródromo a esperar a Zappa, que llegaba desde Miami con un día de atraso. Cuando Zappa descendió del avión le dimos un tremendo abrazo. El bravo petiso, que voló desde Buenos Aires, no mostraba la menor señal de fatiga y, por el contrario, quiso efectuar una pequeña práctica de tennis. El entrenamiento, en general, fue liviano, pues el calor era aplastante y, lo principal para los terribles partidos que nos esperaban, era tener el cuerpo en buen estado atlético. Las canchas eran duras y del color de las nuestras, pero bastante más rápidas, pues en la superficie tenían como una especie de arena que las hacía resbaladizas y rapidísimas. Jugamos a la mañana y a la tarde sets de singles y dobles. Zappa, como capitán, decidió que él y yo jugáramos los individuales y él con Echeverría el doble. El 24 de mayo fuimos a la Unión Panamericana, donde se efectuaría el sorteo de los matches. Allí, el embajador de Francia, Hon. Señor de Laboulaye, ante la presencia del embajador argentino, señor Felipe Espil; del referee de la UPA, doctor Rowe; de los capitanes y jugadores, se realizó el sorteo. Luego se sirvió un lunch y regresamos al club para efectuar una breve y última práctica. Al día siguiente, ¡25 de mayo!, lo primero que hicimos a la mañana previo al primer partido fue cantar el Himno Nacional. Cuando uno está en el extranjero, se da cuenta que es más patriota de lo que se cree”.